“Fui un hombre feliz el día que hice llorar a mi mujer”, comenta risueño Hugo Alconada Mon al promediar la charla con LA GACETA Literaria. “Porque cuando yo iba escribiendo el libro, que tuvo siete borradores antes de la versión impresa, lo que hacía era terminar de escribirlo, imprimirlo y empezar a editarlo. Tachaba, tachaba, tachaba, tachaba. Pero al mismo tiempo hacía una segunda copia, que se la daba a mi mujer para que lo leyera y nunca las leyó. Ella lo termina leyendo cuando ya estaba en las librerías. Y ahí fue cuando un sábado me dice que la había hecho llorar tras leer el destino que le había asignado a un personaje”.
La idea del libro a Alconada Mon, “nacido y criado en la ciudad, viví afuera y volví”, le empieza a dar vueltas cuando trabajaba en el diario El Día. “En ese período de dos años y medio que trabajé ahí conocí personas y lugares que me contaban historias de la ciudad que me empezaron a atraer. Entonces en los últimos años empecé a leer sobre la ciudad, sobre su historia y me fui embalando. Hasta que en un momento comenzó a ser una lectura recurrente. Todas las noches leer sobre eso”.
-Entiendo que en ese momento el periodista se dio cuenta de que había una historia para contar.
-Sí, ahí empiezo a aplicar las técnicas de investigación periodística. Hacer líneas de tiempo, armar un mapa, armar una suerte de rompecabezas. Y lo que empecé a encontrar fue que había piezas que faltaban, que no están. Entonces empezó otro juego, porque en periodismo vos podés publicar lo que tenés verificado. Ahora, cuando empezás a jugar en ficción, de repente las piezas que te faltan vos podés especular en el qué pudo haber pasado y después de eso es qué quiero que haya pasado. Ahí es otro juego. Y una vez que me zambullí en esa pileta, la verdad es que la pasé genial. Y empecé a inventar, a crear personajes.
-Personajes que se mueven sobre un escenario y un contexto real…
-Claro, lo que tenía era un nivel de absoluta verdad donde cuento sobre personas reales y episodios reales que ocurrieron en la ciudad con otros que son ficción. Y te diría más: los hechos que parecen ficción son los reales. Te doy un ejemplo: la masacre de San Ponciano cuando vos la lees se asemeja mucho a “Pandillas de Nueva York”, aquella película de Martin Scorsese donde en un momento los tanos, los irlandeses, los gringos, los judíos se agarran todos a piñas en un lugar de Nueva York que se llama Las cinco esquinas. Exactamente lo mismo pasó en La Plata, fue en junio de 1886 y fue real. Y se encuentran los de Máximo Paz contra los de (Dardo) Rocha, contra los italianos, contra los españoles y se dan todos una, que las crónicas reales de la época hablan de al menos tres muertos y al menos treinta heridos de cuchillos, balas, espadas y hasta hacha.
-¿Cómo trabajaste esos episodios o los diálogos entre Roca y Rocha que reproducís?
-El título La Masacre de San Ponciano está extraído de los artículos de la época. Es una mezcla. Lo mismo que los diálogos que yo hago entre Roca y Rocha no les invento lo que dicen sino que tomo sus dichos, y les pongo en la boca lo que ellos escribieron en cartas. A eso se le suma otro juego que es el de los inmigrantes, que son inventados por mí, aunque algunos tienen una pata de verdad. Lo que yo hago es tomarlos y darles una historia distinta. Lo que intenté es jugar en una dinámica parecida a la de Félix Luna con su Soy Roca o Tomás Eloy Martínez con La novela de Perón o Santa Evita. Ahí uno se pregunta dónde está la línea de ficción y dónde está la línea de verdad.
-Con La ciudad de las ranas te corriste del género de “no ficción”, ¿cómo lo llevaste?
-Lo disfruté y lo disfruto porque los anteriores libros que son de no ficción, yo no puedo patinar una coma, no puedo equivocarme. Es gratificante pero al mismo tiempo estás tensionado. Esto es puro disfrute. Y cuando alguien me diga “esto no es así”, le puedo contestar que “exactamente, no es así”. Y qué me van a reprochar si yo estoy jugando en una novela histórica con ficción.
-¿De dónde sale el nombre de la novela?
-Se llama La ciudad de las ranas porque era la forma despectiva y chicanera que usaba el presidente Roca para ningunear a Rocha, gobernador y rival. Te lo parafraseo en mis propias palabras “pero esa ciudad tiene más ranas que personas, ahí hay puro bañados, puro pantano, ¿qué estás haciendo ahí, Dardito?” Esto está reconstruido, esto es real, lo sé. La explicación es la excusa para el título. Cuando leí por primera vez sobre la ciudad de las ranas me dije: “acá está el título, no sé si sacaré el libro, si el libro verá la luz, pero si lo saco ese es el título”.
-La novela da cuenta de la historia de esos inmigrantes que levantaron la ciudad y también de los movimientos de la Generación del ’80.
-El libro tiene un doble nivel. Por un lado, el nivel de la clase poderosa con sus pujas, la clase alta, los Roca, la generación del ’80, los Rocha, los Pellegrini, los Sarmiento y demás, que están en sus conspiraciones, en el espionaje cruzado, en la corrupción galopante, crisis financiera, desvío de fondos públicos, compra de periodistas, financiamiento de campañas electorales con fondos de los bancos… todo eso es real y está documentado. Y después tenés un segundo nivel que es el de nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, el inmigrante tano o español que vino con lo puesto a “fare l’ America”. Invento eso. La historia de aquellos que vinieron a echarle garra y que sufrieron. Por un lado tenían las ilusiones, acá fundaron sus casas y fundaron sus familias, pero al mismo tiempo tuvieron que lidiar con el ninguneo, con no tener derechos políticos, derechos laborales, derechos sociales. La expresión que usaban los poderosos, los criollos, para aludir a los inmigrantes italianos era “bachicha”, que era la palabra del lunfardo que se usaba para aludir a la colilla del cigarrillo que tirás al piso y aplastás.
-En ese doble juego lo que se termina contando es la historia de la Argentina, el nacimiento de un Estado-Nación.
-Exacto. Mi idea era, en un proceso inductivo, que al contar la historia de una aldea contara la historia de un país. Y en definitiva que contar la ciudad de La Plata me permitiera contar la historia de la Generación del 80 y la historia del surgimiento del Estado moderno argentino. Con sus luces como la ley 1.420, que establece la educación pública, gratuita y laica para toda persona que pisara el territorio argentino y sus sombras: la corrupción, crisis financiera, compra de periodistas, que todavía se arrastra. Muchas de las luces y las sombras de aquella generación todavía están presentes en nuestro país. Lees los registros de aquella época y es como leer hoy para bien y para mal. En 1891 lo quisieron matar a Roca y lo vemos ahora con lo de Cristina, y de ninguna manera le quiero bajar el precio, pero es el mismo grado de intolerancia. Los tipos de aquella época se piraban, armaron revoluciones entre ellos, contra ellos mismos, complots. Rocha en un momento hace un complot para tratar de derribarlo a Roca y lo aborta a último momento porque se da cuenta de que Roca ya estaba al tanto. Estamos hablando del complot de un gobernador contra el presidente de la Nación. Hablame de grieta. Para bien y para mal, contar aquella época, contar aquella ciudad nos permite comprender mucho de nuestro país hoy.
PERFIL
Hugo Alconada Mon nació en La Plata, en 1974. Es Prosecretario de Redacción de La Nación, Maestro de la Fundación Gabo, columnista invitado de las ediciones en español de The Washington Post y The New York Times. Abogado, magister en Artes Liberales por la Universidad de Navarra y miembro de la Academia Nacional de Periodismo. Dedicado a investigaciones sobre corrupción, ganó premios de Adepa, Transparencia Internacional, GDA, Fopea, Kónex y el Moors Cabot. Miembro del equipo que difundió Wikileaks y del International Consortium of Investigative Journalists que difundió las investigaciones globales Panamá Papers, Paradise Papers y Pandora Papers, que recibió los premios Pulitzer, SIP y George Polk Award. Es autor de los libros La Piñata, La Raíz y Pausa, entre otros.
Flavio Mogetta
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